¿CUÁL es la diferencia entre un dedal lleno de bacterias y una supercomputadora? Lo crea o no, las bacterias contienen más circuitos y más poder de procesamiento.
Quizás eso no sea tan sorprendente si se considera que toda la vida computa: desde células individuales que responden a señales químicas hasta organismos complejos que navegan en su entorno, el procesamiento de la información es fundamental para los sistemas vivos. Lo que es más intrigante, sin embargo, es que después de décadas de intentarlo, finalmente estamos comenzando a acorralar células, moléculas e incluso organismos completos para llevar a cabo tareas computacionales para nuestros propios fines.
Eso no quiere decir que las computadoras biológicas reemplacen los microchips que encuentra en su teléfono inteligente o computadora portátil, y mucho menos las supercomputadoras. Pero a medida que los bioingenieros se familiarizan con los componentes húmedos y blandos que proporciona la naturaleza, comienzan a descubrir dónde podrían ser útiles las computadoras biológicas, desde materiales inteligentes y soluciones logísticas hasta máquinas inteligentes alimentadas por pequeñas cantidades de energía.
Si las aplicaciones parecen inusuales y eclécticas, ese es el punto. «La biocomputación no compite con las computadoras convencionales», dice Ángel Goñi-Moreno de la Universidad Politécnica de Madrid en España. «Es un punto de vista radicalmente diferente que podría ayudarnos a abordar problemas en dominios que antes simplemente no eran accesibles». Incluso podría obligarnos a repensar nuestras suposiciones sobre qué es la informática y qué puede hacer por nosotros.
Durante décadas, la informática ha estado dominada por chips de silicio. Estos están compuestos por miles de millones de pequeños interruptores llamados transistores que codifican datos en bits o dígitos binarios. Si un interruptor está abierto y se permite que fluya corriente eléctrica, esto representa un 1. Si está cerrado…